La historia detrás del demonio de Taganga
Detrás de la expulsión del
país del israelí Assi Moosh, señalado de dirigir una red de turismo sexual, hay
una historia mucho más oscura.
La mayoría de los colombianos nunca había escuchado el nombre de
Assi Moosh. Sin embargo, a comienzos de la semana pasada este israelí de 43
años ocupó los titulares de la mayoría de los medios de comunicación
nacionales. No era para menos.
El domingo 26
de noviembre, oficiales de Migración Colombia y la Policía Nacional lo
detuvieron en Santa Marta y le notificaron que iba a ser expulsado del país.
Inmediatamente lo trasladaron a Bogotá en un avión oficial y en El Dorado,
junto con dos funcionarios, abordó un vuelo con destino a Madrid, España. Allí
hicieron una conexión para viajar a Tel Aviv, Israel, donde lo entregaron a las
autoridades de ese país.
Según el
anuncio oficial, el gobierno aplicó la medida discrecional de expulsarlo porque
consideró a Moosh un peligro para la seguridad nacional, la convivencia y la
seguridad ciudadana. Y es verdad. Aunque llevaba varios años viviendo en el
país y tenía dos hijos menores con una barranquillera, la suerte del israelí y
su salida de territorio colombiano, al que no podrá ingresar en los próximos
diez años, se selló hace más de dos meses.
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A mediados de
septiembre pasado, el primer ministro de Israel, Benjamin Natanyahu, y una
nutrida delegación realizaron una visita oficial a Colombia. En los temas de su
agenda con el presidente Juan Manuel Santos y sus funcionarios salió a relucir
el caso Moosh. Las autoridades israelíes les manifestaron a las colombianas su
interés en ese ciudadano, que tiene varias investigaciones por presunto lavado
y narcotráfico en su país. Como estas no habían abierto pesquisas sobre el
sujeto, la opción más eficaz para colaborar con Israel fue la expulsión.
Gran parte de la
vida de Moosh permanece en el misterio, y lo que se conoce tiene capítulos muy
oscuros. Tras llegar a su país el miércoles pasado, el diario israelí Haaretz
publicó un aspecto polémico y olvidado de este hombre. Reveló que en 2003 Assi
Moosh Ben Mush, su nombre completo, cayó en una redada internacional contra 14
israelíes pertenecientes a una red de tráfico de drogas.
La detención de
Moosh se produjo a finales de noviembre de ese año en Holanda por serias
sospechas de que dirigía una red de tráfico de drogas que enviaba,
principalmente, pastillas de éxtasis desde ese país hacia el Lejano Oriente y
participaba en el tráfico de cocaína hacia Europa.
El periódico
Haaretz, citando las investigaciones de inteligencia de la Policía de Israel,
afirmó que Moosh había pasado los últimos años viajando por el mundo con base
en Japón, pero “después de tener problemas con la Yakuza, la mafia japonesa, se
mudó a España”, señaló el diario. También contó que habría liderado a un grupo
de compatriotas con el fin de diversificar su negocio de estupefacientes al
incursionar en el tráfico de cocaína, para enviarla desde países como Colombia,
México, Brasil y Perú hacia el Viejo Continente.
De Tel Aviv a Taganga
La pista de la
vida de Moosh se pierde y vuelve a reaparecer hace diez años aproximadamente,
ya no en sitios lejanos en cualquier lugar del mundo, sino en Taganga, ubicado
a diez minutos al norte de Santa Marta.
La apacible
vida de los pescadores y los habitantes dedicados al turismo de ese pequeño
corregimiento comenzó a cambiar cuando una serie de ciudadanos israelíes, la
mayoría exsoldados, decidieron instalarse allí y montar negocios como bares,
restaurantes y hostales. Uno de ellos era Moosh, quien adquirió una propiedad
en un extremo de la bahía y construyó un hotel de tres pisos llamado Benjamín.
En poco tiempo,
decenas de israelíes y otros extranjeros llegaron en masa a Taganga. La oferta
de planes turísticos y hospedaje económico iban acompañadas de planes que
incluían fiestas descontroladas que duraban varios días, así como el suministro
de droga y mujeres, muchas de ellas menores de edad. El puñado de policías que
custodia Taganga fue insuficiente y el control del orden público y la ley quedó
en manos de los israelíes. “Ellos se la pasaban armados y en las camionetas, y
decidían hasta dónde se podían hacer o no los vendedores ambulantes. Eran
agresivos y peligrosos y la gente del común les cogió miedo”, contó a
SEMANA un habitante de Taganga que por temor pidió omitir su nombre.
Moosh era uno
de los hombres más poderosos del Pequeño Israel, como llamaban a Taganga. Su
hotel se volvió célebre por las bacanales que allí se realizaban. La mayoría de
sus huéspedes eran compatriotas suyos y era difícil ver turistas
colombianos. “Lo que se veía era ese desfile de pelaitas y mujeres. Ellas
eran las únicas que podían entrar. Nadie le podía decir nada a él y se creía
intocable. Mandaba a la m… e insultaba a todo el mundo, incluidas las
autoridades”, afirmó otro taganguero.
El turismo
sexual, la explotación de menores y la venta descontrolada de droga terminaron
por exasperar a las autoridades. Varios alcaldes de Santa Marta alertaron en su
momento lo que venía ocurriendo e incluso le pidieron al gobierno usar tropas
del Ejército para retomar el control de las polvorientas calles del balneario,
en poder de Moosh y sus hombres.
En poco tiempo,
el israelí abrió otras sucursales de su negocio y escogió para hacerlo
Medellín, Cartagena y la Riviera Maya en México. En todos los lugares ofrecía
lo mismo: bacanales, mujeres y droga sin control. A pesar de su prosperidad, no
era claro el origen del dinero con el cual pudo expandirse. Sin embargo, en
2010, tras una serie de capturas, el nombre de Moosh comenzó a aparecer en el
radar de las autoridades, así como la posible fuente de sus misteriosos
recursos.
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A lo largo de
ese año las autoridades de Aruba capturaron10 lancheros oriundos de Taganga.
Conocidos por su habilidad para navegar en mar abierto, narcotraficantes los
habían reclutado para transportar los alijos destinados a los carteles mexicanos.
Un año después, a finales de 2011, la Armada Nacional y la Fiscalía encontraron
325 kilos de cocaína escondidos en una caleta en la bahía Chengue, a 30 minutos
de Taganga. La droga había sido vendida por miembros del Clan del Golfo que
actuaban en esa zona del departamento del Magdalena.
Si bien las
autoridades colombianas tenían en la mira a Moosh por su posible relación con
estos dos casos, las investigaciones por su vinculación con una red
internacional de traficantes avanzaban a paso lento. Optaron, entonces, por
prestarles más atención a las denuncias de la comunidad, desesperada por las
actividades de turismo que afectaban a decenas de menores de edad. Ya Moosh no
solo traía niñas y mujeres de Taganga y Santa Marta, sino desde diferentes
lugares de Antioquia, Bolívar y otros departamentos.
La Policía y
las autoridades de turismo comenzaron a realizar sistemáticas visitas y
revisiones al hotel de Moosh con el objetivo de sellarlo. Sin embargo, el
hombre siempre tenía en regla los documentos que le permitían operar legalmente
y se cuidaba de tener al día sus declaraciones de renta e impuestos. Frente a
esto y para vigilar y controlar el ingreso de las menores y de drogas, la
Policía instaló a pocos metros del Benjamín una subestación desde donde podían
vigilar cualquier actividad. No obstante, para sorpresa de los uniformados,
unos meses más tarde descubrieron que Moosh los había burlado. Compró una casa
en la parte trasera de su hotel y construyó un túnel para ingresar las niñas y
las drogas que consumían abiertamente algunos de sus huéspedes.
Al quedar esto
en evidencia y frente a la imposibilidad de usar su hotel como sede principal
de las bacanales, Moosh mudó toda su operación a una pequeña playa privada
cerca de la entrada de Taganga. En enero de este año, los medios locales
reseñaron los excesos que produjo esa fiesta que duró dos días y en la que, a
la vista de todos, los extranjeros consumían droga y sostenían relaciones
sexuales con mujeres, muchas de ellas menores de edad.
Ante el escándalo, Moosh se mudó de nuevo. Convencido de estar
por encima de la ley, trasladó sus actividades cerca del sector de Palomino, en
la vía que conduce hacia La Guajira, para seguir su rutina de sexo, droga y
menores de edad. Con la expulsión del país la semana pasada, terminó la
historia del demonio de Taganga. Ahora deberá enfrentar a la justicia de su
país a donde había jurado nunca volver.
Cortesía: LASEMANA.COM
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